Llegué a la isla por primera vez invitada a compartir un taller, después de esos días no pude volver a pensar igual la pedagogía. La energía de las y los niños de allí me llenó profundamente, me mostró la fuerza, la belleza, la libertad y, a también veces la rabia, de habitar en medio del mar. Aún me sigo preguntando cómo hacer de la cotidianidad y de estos paisajes el motor para la educación artística en las infancias.