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Arrecife, hábitat de arte y comunidad

Arrecife, hábitat de arte y comunidad

Por Manuela Tabares Guzmán

Pensar 

A veces se van las horas en la isla viendo el paisaje, las olas, el atardecer, los niños jugando. Es sólo si miramos hacia atrás y las imágenes que quedan del camino, cuando reconocemos que los años van contando y todos vamos creciendo, en especial las ideas. En el 2018 empezamos un gran proyecto, un sueño conjunto con la comunidad de Isla Fuerte, este es Arrecife, Escuela de desarrollo cultural y ambiental de Isla Fuerte. Horas de reflexión, cuestionamientos, escritura, espera, llamadas, viajes previos…y sí, el arte y la educación a pesar de ser fundamentales, no son prioridad gubernamental y a veces las ganas se pierden en ríos burocráticos, densos y contaminados. Sin embargo, empezamos la escuelita.

Esta escuela, más que contar con un espacio físico ideal, se mueve por Isla Fuerte y sus lugares idílicos, que esperamos, nunca se vuelvan cotidianos y normales o que pasen desprevenidos a la vista. Se mueve por ahora, de manera lenta pero segura, como un cardumen envolvente y llamativo, creando objetos, películas, coreografías, fotografías, animaciones, fortaleciendo el espíritu libre de los niños, el carácter de los adolescentes y la creatividad de los adultos. Creer en el arte y la capacidad de las personas de conectarse con esto, de encontrarse con lo  fundamental y orgánico ha sido tal vez, el mejor aprendizaje de los últimos meses. Estamos naciendo como escuela, pegados de la trayectoria de años en un territorio inmerso en aguas profundas, variantes como su historia misma. 

Sentir

También hay momentos en que nos entra un poco de arena y polvo en los ojos, el viento sopla más fuerte de lo normal y se nos hace difícil caminar a la misma velocidad y entonces hay que parar, sentarse y limpiar la vista, el alma, resolver dificultades físicas, rectificar voluntades, tiempo, recursos y ganas. Entonces así vamos, experimentando, inventando, creando, pensando en hacer más cosas y pasar más tiempo en la isla. Este año pasado, personalmente cuestioné y deconstruí el concepto de las raíces y la comunidad, mientras cohabito con multiplicidad de seres diferentes, maravillosamente diversos. El concepto de familia, es muchas veces un vínculo castrante o limitado, en el que se debe respeto indubitable. También puede ser el lugar protector, del abrazo y del largo aliento. Sin embargo, los lazos afectivos que se construyen bajo la interpelación constante entre una comunidad ajena y los propósitos conjuntos, es un telar horizontal, de hilos fuertes y honestos. Así, siento entonces, que la familia se expande, aprendiendo uno de otro, hilando recuerdos y proyectos.

Hacer 

Año a año como festival de cine, realizamos talleres y actividades formativas en el marco de este evento y a veces, de forma regular, volvíamos a replicar en otros momentos. Aunque de esta manera surgieron la mayoría de cortometrajes realizados por niños y jóvenes de Isla Fuerte, fluyendo. Pero siendo observadores y críticos desde el proceso, empezó a ser evidente que la interpretación y creación desde el audiovisual, necesita no sólo más tiempo y

profundización, sino mayor experimentación en campo. Praxis, reflexión, acción como diría Freire. 

La comunidad isleña tiene una esencia artística que se siente, que es evidente en la cotidianidad misma. Tal vez todos tenemos una debilidad por el arte mismo, porque siento que es una conexión primaria, innegable. En el respirar, caminar mismo somos ritmo y ese lado siempre sorprendente y revelador de los sueños se plasma en imágenes y composición. La poesía de la intimidad nos coge por sorpresa y entre expresarlo o no, la duda nos lleva a la torpeza en eso de hacer sentir al otro. 

Lo real es que contar con lo fundamental como salud o educación en Isla Fuerte es difícil, o sea, pretender que haya garantías sobre el acceso a la cultura es aún más lejano. No por ello los pueblos carecen de representaciones culturales. La cultura, el arte está por encima de las instituciones y por eso, Arrecife es la excusa y el espacio para alimentar, fortalecer lo que ya está y para soñar, pensar, reflexionar lo que queremos ser como comunidad, entendiendo la importancia del territorio y sus dinámicas cuando cada vez van llegando más personas, más construcciones físicas y sociales y diferentes nociones de progreso. 

Como Arrecife no sólo estamos en Isla Fuerte, sino también en Medellín y los múltiples lugares en los que acercar otros lenguajes es importante e incluso urgente. A pesar de que Isla Fuerte es nuestro polo a tierra y epicentro, la itinerancia de este proyecto es algo necesario. Los talleres que realizamos como Corporación Fecisla tienen por nombre Talleres Caná como ese enorme reptil, la tortuga que viaja por los océanos, sin fronteras humanamente construidas o imaginadas y que vuelve a su lugar de origen para dar vida. Entre un año de zig zags, de subidas y bajadas, logramos caminar entre esta ciudad de montañas que nos atrapan, dejando relatos como huellas y además, cruzar los Andes y llegar a Argentina. Tal vez, el taller que más preguntas me generó y que más clarificó sentires sobre el hecho de la solidaridad vivida en el acto de enseñar y aprender. Hay realidades en esta Latinoamérica que se escapan a nuestra imaginación, así se estén pasando al lado, a metros. El sistema vulnera repetitivamente y cada vez de forma más violenta por los escollos frágiles de los seres, de las comunidades y entonces el arte allí, acá, es vital, porque puede desacomodar miradas frente al poder y el orden, construir historia(s) frente al discurso impostado. 

Ser consciente de sí mismo y de la incidencia de su entorno, es una búsqueda en la que vamos juntándonos con personas valiosísimas. Hoy, la historia misma, la memoria de Isla Fuerte, se teje en el presente desde las múltiples miradas de sus habitantes, teniendo como medio el cine, pero además, la fotografía, los títeres, la danza, la música, el periodismo. Tener espacios para las búsquedas artísticas, ligando esto al cuidado ambiental en territorios geográfica o socialmente aislados, construyen implícitamente cultura de paz y redirigen las miradas empezando desde adentro. Hace tangible el sentirse parte de algo; su identidad, y así, tal vez, vamos hacia entornos en equilibrio, que desde la solidaridad y el respeto contribuyan al buen vivir y al rescate de la memoria.

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